martes, 1 de enero de 2013

El Banquete

Era más de medianoche, sólo un par de minutos más cuando puso su plan en marcha. Apenas habían transcurrido unas pocas horas desde su encuentro -siempre corto por mucho tiempo que abarcara- y ya suspiraba por su voz, su boca y el resto de su ser.
Sin dudar un instante repasó su silueta con el vestido nuevo, evocó en su mente cada acto amoroso del día anterior y se propuso seguir en contacto con su amado a pesar de las circunstancias. Fotografió su escote y se lo envió por correo electrónico junto con una premisa: "Tu jornada laboral acaba de comenzar..." y un guiño travieso de aquellos que solían acompañar sus mensajes lascivos.
Por su mente pasaban tantas imágenes y con tal carga erótica - el sofá, el teatro, el taxi, el ascensor, la mesa, la ducha ...- que su sexo se inflamabla por segundos, debía apresurarse sin despertar sospechas.
Con la excusa del cava y su escasa costumbre de beber, se ausentó al servicio ubicado en el dormitorio principal y allí deslizó su mano bajo el vestido sobre uno de sus senos. Al pricipio se le antojó pequeño pero según lo descubrió, su pezón puntiagudo y creciente clamaba por aquellos labios cargados de la más sensual sabiduría.
Cerró los ojos para imaginarle mejor cuando recordó su propósito, sacó la tablet y accionó la cámara. No debía tardar tanto tiempo en salir y la premura le pareció una sutil tortura para sus liberales costumbres pero decidió transformarlo morbosamente en una situación aún más excitante.
En el salón todos seguían joviales y dicharacheros dando buena cuenta del festín preparado para la ocasión. Hacía mucho tiempo había perdido el gusto por cocinar y por comer, limitándose a ingerir alimentos por necesidad pero él había despertado de su letargo todos sus sentidos a base de deliciosa y exquisita seducción. Cocinando para ella y sin permitir el menor ápice de obligación culinaria, había reactivado su paladar con tamarindo, mole, mil clases de chiles y cariño a raudales.
Contemplando satisfecha la ingesta de sus comensales, pensó en la marca de su glúteo y cómo había sido respondida a su provocación cuando por la tarde se paseó delante de él desnuda camino de la ducha. El inconsciente introdujo el canapé en su cerebro y lo masticó con deleite, liberando suficientes neurotransmisores como para transportarla unos kilómetros al sur y volver a excusarse.
Ahora que disponía de más tiempo decidió seguir sus impulsos. Desnuda ante el espejo abarcó su vulva con la mano hueca  presionando lateralmente los labios externos, como solía hacer, pero se dió cuenta de lo innecesario de su excitante maniobra al sentir el flujo resbalando por su sexo.
Sabía cuánto disfrutaba él de ponerla en tal estado, así que capturó la imagen antes de seguir adelante. La erección de su clítoris era irresistible a sus dedos y se dispuso a satisfacer su onanismo sin dilación. Retiró el capuchón dejándolo al descubierto y lo lubricó con la lentitud de la lujuria recreada, tratando de dirimir las rutas trazadas por la lengua de su hombre en horas de amor, entrega y deseo.
La impresión de estar acariciando un gran falo erecto se apoderó de ella, sensaciones como relámpagos se expandían por toda su pelvis conminándola a penetrarse, convulsa y orgásmica, hasta apagar el mundo y gozar, sólo gozar, ya deslimitada de su propia materia a causa de la intensidad propioceptora.
Cuando volvió de su viaje, recogió una última imagen de su rostro, suponiéndola similar a la que él contemplaba extasiado cuando  terminaban de hacer el amor, y le dió a 'enviar' deseando saber si, en los ratos libres, él se atrevería a hacer algo similar desde su puesto de trabajo.

DownTown

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